jueves, 17 de julio de 2014

Adolf Hitler Y El Ocultismo: "La Lanza De Longinos".

La lanza sagrada que atravesó el costado de Cristo en su crucifixión llegó a las manos de los guerreros teutónicos, quienes la convirtieron en su talismán. En el siglo XX, Hitler, que conocía su significado místico, se apoderó de ella.

En 1913, por las calles de Viena, un miserable ex estudiante de arte intentaba en vano ganarse la vida vendiendo pequeñas acuarelas. Ocasionalmente, cuando el frío le impedía salir a la calle, vagaba por los
corredores del museo del palacio Hofburg. Se sentía especialmente fascinado por un conjunto de piezas valiosas, conocidas como «las insignias de los Habsburgo».

Entre ellas el joven vagabundo Adolf Hitler prestaba especial atención a la Santa Lanza, que la leyenda identifica con la que atravesó el costado de Cristo después que éste expirara en la Cruz.

La leyenda de la Santa Lanza se origina en el Evangelio según San Juan, 19: 33-37:

... pero llegando a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le rompieron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó con su lanza el costado y al instante salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio y su testimonio es verdadero; él sabe que dice verdad para que vosotros creáis; porque esto sucedió para que se cumpliese la Escritura: «No romperéis ni uno de sus huesos». Y otra Escritura dice también: «Mirarán al que traspasaron».

El versículo siguiente cuenta cómo José de Arimatea obtuvo permiso para llevarse el cuerpo de Jesús y, ayudado por Nicodemo, lo colocó en una tumba en la noche de viernes santo.

Otras tradiciones orales y escritas, que
comenzaron con los primeros cristianos y continuaron en la Edad Media, aseguran que el rico judío José de Arimatea se preocupó de preservar la cruz, los clavos, la corona de espinas y el sudario del que Cristo se levantó al tercer día. 

Por medio de las claves que dejó José, Helena , la madre del primer emperador
cristiano, Constantino , pudo redescubrir estas reliquias.

Pero, según las mismas tradiciones, José había empezado su colección antes de la muerte de Cristo: después de la última cena, guardó la copa en la que Jesús había consagrado el pan y el vino. 

Después de la Resurrección, José
conservó la copa junto con la lanza citada en el Evangelio: fueron llamados,
respectivamente, el Santo Grial y la Santa Lanza.

Los viajes posteriores de José con el Grial y la Lanza fueron tema de relatos folklóricos y leyendas en casi todos los países de Europa.

En España, en la catedral de Valencia se
conserva uno de los «Santos Griales» mejor documentados: se dice que los primeros papas lo habían utilizado en Roma (adonde lo habría llevado San Pedro) hasta el año 258, en que fue enviado por San Lorenzo a Huesca, para
rescatarlo de la persecución imperial.

Posteriormente estuvo en San Juan de la Peña y en Zaragoza. Pero ésta es sólo una de las muchas historias en torno al Grial.

Los escritores medievales, comenzando por el poeta francés Chrétien de Troyes alrededor de 1180, vincularon el destino del Santo Grial y de la Santa Lanza con la aventura del Rey Arturo y los Caballeros de la Tabla Redonda, sobre todo con Lanzarote, Gawain y Perceval.

Paralelamente a estas historias- basadas en tradiciones celtas y en fragmentos de hechos históricos- subsistía la historia de que la Lanza, por lo menos, había sobrevivido a los siglos, pasando a veces a buenas manos, a
veces a otras menos dignas. Quien la poseía adquiría un poder que podía ser usado para el bien o para el mal.

Se decia que el que lo tenia era invencible.

A principios de este siglo existían por lo menos cuatro «Santas Lanzas» en Europa.

Quizá la más conocida fuera la que se
conservaba en el Vaticano, aunque la Iglesia Católica parecía considerarla sólo una curiosidad. Ciertamente, las autoridades papales nunca le atribuyeron poderes sobrenaturales.

Una segunda lanza estaba en París, adonde había sido llevada por San Luis en el siglo XIII, cuando volvió de la cruzada a Palestina.

Otra, conservada en Cracovia (Polonia), era sólo una copia de la lanza de los Habsburgo.

Ésta es, posiblemente, la que posee una
genealogía mejor. Fue descubierta en
Antioquía, en 1098, durante la primera
cruzada, pero el misterio -y posiblemente la imaginación oscurecieron las circunstancias del hallazgo. 

Los cruzados habían sitiado con éxito la ciudad y la habían ocupado, cuando una banda de sarracenos fuertemente armada llegó e invirtió la situación, encerrando a los cruzados dentro de las murallas de la ciudad.

Tres semanas después la comida y el agua escaseaban, y la rendición parecía el único camino. Entonces, un sacerdote dijo haber tenido una visión milagrosa de la Santa Lanza, enterrada en la iglesia de San Pedro.

Cuando las excavaciones en ese sitio revelaron la presencia de una lanza de hierro, los cruzados se sintieron llenos de un renovado ardor y rompieron el cerco, derrotando a sus enemigos.

La hoja de la lanza de los Habsburgo, la que según parece atravesó el costado de Cristo crucificado. Al tratarse de una reliquia sagrada, la hoja de hierro fue reparada varias veces con plata y oro durante su larga historia. Ahora la mantienen unida un alambre y una funda con inscripciones.

Las tradiciones germánicas, que no coinciden demasiado con esas fechas, afirman que la lanza de los Habsburgo fue llevada como talismán por Carlomagno, en el siglo IX, durante 47 campañas victoriosas. También le
había conferido poderes de clarividencia.

Carlomagno murió cuando la dejó caer
accidentalmente.

La lanza pasó a manos de Heinrich el
Cazador, quien fundó la casa real de Sajonia y empujó a los polacos hacia el este... una prefiguración de su propio destino, pudo haber pensado luego Hitler. Después de pasar por las manos de cinco monarcas sajones, llegó a manos de los Hohenstauffen de Suabia, que les sucedieron.

Un destacado miembro de esta dinastía fue Federico Barbarroja , nacido en 1123. Antes de morir, 67 años más tarde, Barbarroja conquistó Italia y obligó al Papa a exiliarse; de nuevo, Hitler bien pudo haber admirado la dureza brutal de aquel personaje, combinada con una personalidad carismática que fue la clave de su éxito. 

Pero, al igual que Carlomagno, Barbarroja cometió el error de dejar caer la lanza mientras cruzaba un arroyo en Sicilia. Murió pocos minutos después.

La Fascinación De La Lanza

Ésta era la leyenda del arma que tanto
fascinaba al joven Hitler. Durante su primera visita a la lanza la estudió con todo detalle.

Medía 30 cm de longitud, y terminaba en una punta delgada, en forma de hoja; en algún momento, el filo había sido ahuecado para admitir un clavo -al parecer, uno de los usados en la crucifixión-. El clavo estaba sujeto con un hilo de oro. La lanza se había partido y las dos partes estaban unidas por una vaina de plata; dos cruces de oro habían
sido incrustadas en la base, cerca del puño.

Estos detalles que describen la fascinación de Hitler ante la lanza de los Habsburgo provienen del testimonio del doctor Walter Johannes Stein, matemático, economista y ocultista que afirmaba haber conocido al futuro Führer justo antes de la guerra del 14.

Stein, que había nacido en Viena en 1891, era hijo de un rico abogado. Sería un erudito y un aventurero intelectual hasta su muerte, en 1957. Se licenció en ciencias y se doctoró en investigaciones psicofísicas por la Universidad de Viena. 

Luego se convirtió en experto en arqueología, arte bizantino primitivo e
historia medieval; durante la primera guerra mundial, como oficial del ejército austríaco, fue condecorado por su valor.

En 1928 publicó un excéntrico panfleto,
Historia del mundo a la luz del Santo Grial, que circuló por Alemania, Holanda y Gran Bretaña.

Cinco años después, el Reichsführer Heinrich Himmler ordenó que se obligara a Stein a Trabajar en el «Buró ocultista» de los nazis, pero Stein huyó a Gran Bretaña. La segunda guerra mundial le sorprendió trabajando como
agente del espionaje británico. Después de colaborar en la obtención de los planes de la «Operación Sealion» -la invasión de Inglaterra que proyectaba Hitler- fue consejero de Churchill , como asesor sobre las creencias ocultistas del líder alemán.

Stein nunca publicó sus memorias, pero antes de morir se hizo amigo de un ex oficial de comandos de Sandhurst, ahora periodista, Trevor Ravenscroft. Usando las notas y las conversaciones de Stein, Ravenscroft publicó en 1972 el libro Spear of Destiny (La lanza del destino) que por primera vez llamó la atención
del público sobre la fascinación que sentía Hitler por la lanza de los Habsburgo.

¿Qué atractivo podía ofrecer la Santa Lanza, un símbolo cristiano, para el ex católico y violentamente anticristiano Adolf Hitler? Ya se había entregado a violentos desvaríos antisemitas, era un devoto discípulo del Anticristo de Nietzsche y sostenía su condena del cristianismo como «la última consecuencia del judaísmo».

Parte de la respuesta se encuentra en una tradición ocultista medieval vinculada con la historia de la Santa Lanza. Como cuenta el evangelio de San Juan, el soldado romano que hirió el cuerpo de Cristo cumplió, sin saberlo,
las profecías del Antiguo Testamento (los huesos de Cristo no serían rotos). Si no hubiese hecho lo que hizo, el destino de la humanidad habría sido diferente. 

Según San Mateo y San Marcos , la verdadera naturaleza de Cristo fue revelada en ese momento al soldado, que se llamaba Cayo Casio Longinos:

«Viendo el centurión que estaba frente a Él de qué manera expiraba, dijo: Verdaderamente este hombre era hijo de Dios». (San Marcos, 15:39)

Para la mentalidad ocultista, un instrumento usado para un propósito tan importante se transforma en un foco de poder mágico. Y, como dice suscintamente Richard Cavendish, hablando del Grial y la Lanza en su libro El rey Arturo y el Grial :

Una cosa no es sagrada porque es buena. Es sagrada porque contiene un poder misterioso y terrible. Es tan poderosa para el bien o el mal como una fuerte descarga eléctrica. Si es mal usada, por importantes y comprensibles
que sean las razones, las consecuencias
pueden ser catastróficas para personas
totalmente inocentes.

Según Stein, Hitler tenía conciencia de este concepto ya en 1912; de hecho, fue la obsesión de Hitler por la lanza y su poder de «varita mágica» el motivo de que los dos hombres de conocieran. En el verano de 1912, el doctor Stein compró una edición de Parsival, romance sobre el Grial del poeta alemán del siglo XIII Wolfram von Eschenbach, a un librero ocultista de Viena.

Estaba llena de comentarios manuscritos en los márgenes, que mostraban una combinación de sabiduría ocultista y racismo patológico. En las guardas, su anterior propietario había anotado su nombre: Adolf Hitler.

A través del librero, Stein encontró a Hitler y pasó muchas horas con él, horrorizado pero fascinado. Aunque pasarían años antes de que el mísero pintor de cromos diera los primeros pasos por el camino del poder, poseía ya un carisma maligno. A través de su tortuoso discurso, una obsesión destacaba claramente:
tenía un destino místico que cumplir y, según Stein, la lanza era la clave.

Hitler describió a Stein cómo había adquirido la lanza su especial significado para él:

"Lentamente me apercibí de una presencia poderosa que la rodeaba, la misma impresionante presencia que había experimentado interiormente en esas ocasiones únicas de mi vida en que había sentido que un gran destino me aguardaba... una ventana en el futuro que se abría, a través de la cual veía, en un relámpago de iluminación, un hecho futuro, en función del cual sabía, más allá de toda contradicción, que la sangre de mis venas se transformaría algún
día en el vehículo del espíritu de mi pueblo."

Hitler nunca reveló la naturaleza de su
«visión», pero Stein creía que se había visto a sí mismo un cuarto de siglo después en la Heldenplatz, frente al palacio Hofburg, dirigiéndose a los nazis austríacos y a los desconcertados ciudadanos vieneses. 

Allí, el 14 de marzo de 1938, el Führer alemán anunciaría su anexión de Austria al Reich alemán... y daría la orden de llevar los atributos de los Habsburgo a Nüremberg, hogar espiritual del movimiento nazi.

Una Curiosa Primacía

La toma de posesión del tesoro constituyó un gesto de benevolencia sorprendente, considerando que Hitler despreciaba a la casa de Habsburgo, a la que consideraba traidora a la raza germánica. Sin embargo, el 13 de
octubre, la lanza y otros objetos fueron
cargados en un tren blindado provisto de una guardia de SS, y cruzaron la frontera alemana.

Fueron instalados en el vestíbulo de la iglesia de Santa Catalina, donde Hitler pensaba instalar un museo de guerra nazi.Stein creía que, cuando Hitler tuviera la lanza en su poder, sus ambiciones latentes de conquista empezarían a crecer y florecer.

Si los conocimientos de Hitler sobre la historia de la lanza eran tan amplios como decía Stein, tiene que haber estado al tanto de las leyendas sobre el destino de Carlomagno, Barbarroja y todos cuantos la habían blandido como un arma y habían perecido cuando
escapó a su control. 

La leyenda parece haber sido confirmada por una inquietante coincidencia que marcó el final de su
conexión con la Lanza.

Después de los intensos bombardeos aliados de octubre de 1944, durante los cuales Nüremberg sufrió enormes daños, Hitler ordenó que la lanza, junto con el resto del tesoro de los Habsburgo, fuera enterrada en una bóveda construida especialmente. 

Seis meses después, el Séptimo Ejército
norteamericano había rodeado la antigua ciudad, defendida por 22.000 SS, 100 panzers y 22 regimientos de artillería. Durante cuatro días, la veterana división Thunderbird martilleó a estas formidables defensas hasta que el 20 de abril de 1945 -el día en que Hitler cumplía 56 años- la bandera americana victoriosa fue izada sobre las ruinas.

Durante los días siguientes, mientras las
tropas norteamericanas localizaban a los supervivientes nazis y comenzaba el largo proceso de los interrogatorios, la Compañía C del Tercer regimiento del Gobierno Militar, al mando del teniente William Horn, era enviada en busca del tesoro de los Habsburgo.

Por casualidad, un proyectil había facilitado su tarea, volando una pared de ladrillo y dejando a la vista la entrada de la bóveda.

Después de algunas dificultades con las
puertas de acero de la misma, el teniente
Horn entró en la cámara subterránea y echó una ojeada a la polvorienta oscuridad. Allí, sobre un lecho de descolorido terciopelo rojo, estaba la fabulosa lanza de Longinos. 

El teniente Horn extendió la mano y tomó posesión de la lanza en nombre del gobierno de los Estados Unidos. La fecha, 30 de abril de 1945, está registrada en los textos de historia.

Y, por escépticos que sean los críticos -acerca de Walter Stein, el ocultismo en general y las leyendas de la Santa Lanza en particular- también es un hecho histórico que a unos cientos de kilómetros de distancia, en un bunker de Berlín, Adolf Hitler eligió esa tarde para tomar una pistola y quitarse la vida.

miércoles, 2 de julio de 2014

“¡Muero con mi Patria!”

Con esa última frase en sus labios, el 1º de marzo de 1870, en Cerro Corá, el Mariscal Francisco Solano López, herido, agotado y desangrado, medio ahogado, moribundo y anegada en sangre el agua inmunda del arroyo que, caído sentado, lo circundaba, recibió un tiro de Manlicher que le atravesó el corazón. Ahí quedó, muerto de espaldas, con los ojos abiertos y la mano crispada en la empuñadura de su espadín de oro –en cuya hoja se leía "Independencia o
Muerte"-.

“¡O, diavo do López!” [¡”Oh, diablo de
López!”], comentó el macaco recluta del
Imperio brasileño mientras pateaba el
cadáver. Las últimas palabras del Mariscal eran algo más que una metáfora: ya casi nada quedaba del Paraguay, toda su población masculina entre los 15 y 60 años había muerto bajo la metralla. Muchísimas mujeres y niños también, cuando no por las balas, por las terribles epidemias de cólera y fiebre amarilla, o simplemente sucumbieron de hambre.

Por supuesto, tampoco quedaron ni
altos hornos, ni industrias, ni fundiciones, ni inmensos campos plantados con yerba o tabaco, ni ciudad que no fuera saqueada.

Apenas si un montón de ruinas cobijaba a los fantasmales trescientos mil ancianos, niños y mujeres sobrevivientes. Se condenó al país a pagar fortísimas indemnizaciones por “gastos de guerra”. Paraguay perdió prácticamente la mitad de su territorio, que pasó a formar parte de Brasil y de Argentina (las actuales provincias de Misiones y Formosa).

Cinco años antes, al comenzar la guerra de la Triple Alianza, el Paraguay de los López era un escándalo en América. El país era rico, ordenado y próspero, se bastaba a sí mismo y no traía nada de Inglaterra... Abastecía de
yerba y tabaco a toda la región y su madera en Europa cotizaba alto. Veinte años había durado la presidencia del padre, don Carlos Antonio López, hasta su muerte en 1862, y desde entonces la del hijo Francisco Solano.

El Paraguay tenía 1.250.000 habitantes, la misma cantidad de la vecina Argentina de entonces (¡Se exterminó en la guerra nada menos que al 75% de la población!). El país era de los paraguayos. Ningún extranjero podía adquirir propiedades, ni especular en el
comercio exterior. Y casi todas las tierras y bienes eran del Estado.La balanza comercial arrastraba un saldo ampliamente favorable, y carecía de deuda externa.

Contaba con el mejor ejército de Sudamérica.

Tenía altos hornos y la fundición de Ibycu'i fabricaba cañones y armas largas. Funcionaba el primer ferrocarril de Latinoamérica, un telégrafo y una poderosa flota mercante.

El nivel de la educación popular también era el primero del continente.Además, Paraguay era un importante productor de algodón, materia prima que necesitaba el capitalismo inglés en su etapa de expansión imperialista para su industria textil, principal motor de su
economía.

El bloqueo al sur esclavista de la Confederación, que proveía de algodón a la industria inglesa, producido por la guerra de Secesión norteamericana (1861-1865), hizo indispensable para los intereses británicos la destrucción de tal nación soberana.

Esos intereses manipularon al círculo de
influencia del emperador del Brasil y al
partido mitrista y la oligarquía porteña y montevideana, hasta promover el exterminio de todo un pueblo, que incluyó de paso a las montoneras argentinas.

Lo cierto es que la marcha final de siete
meses de los últimos héroes paraguayos hacia Cerro Corá, doscientas jornadas por el desierto, bajo el ardiente sol tropical, constituye una de las páginas más sórdidas pero también más gloriosas de la historia americana.

Soldados abrazados por la fiebre o por las llagas y extenuados por el hambre, sin más prendas que un calzón, descalzos porque los zapatos, como el morrión y las correas del uniforme, han sido comidos después de ablandar el cuero con agua de los esteros.

Todos están enfermos, todos escuálidos por el hambre, todos heridos sin cicatrizar. Pero nadie se queja. No se sabe adónde se va, pero se sigue mientras no sorprenda la muerte.

Conduce la hueste espectral el presidente y mariscal de la guerra Francisco Solano. Si no ha podido dar el triunfo a los suyos, les ofrecerá a generaciones venideras el ejemplo
tremendo de un heroísmo nunca igualado.

Cinco años después, el gran Paraguay de los López quedó hundido, con todo su pueblo, en los esteros guaraníes. Desde entonces el Foreing Office quedaría como dueño absoluto de la región y dejaría desarticulada, por lo menos durante un largo período que todavía
sufrimos, la posibilidad de integrar en una sola nación a la Patria grande.

La gran causa iniciada por Artigas en las primeras horas de la Revolución, continuada por San Martín y Bolívar al concretarse la Independencia,restaurada por la habilidad y energía de Juan Manuel de Rosas en los años del "sistema americano", y que tendría en el Gran Mariscal Francisco Solano López su adalid postrero.

Pero ya una año antes de Cerro Corá, viejo y pobre en su destierro de Southampton, don Juan Manuel de Rosas, que por sostener lo mismo que Francisco Solano López había sido traicionado y vencido en Caseros por los
mismos que traicionaron y vencieron ahora al mariscal paraguayo, se conmovió, profundamente emocionado, ante la heroica epopeya americana.

El Restaurador miró el sable de Chacabuco que pendía como único adorno en su modesta morada. Esa arma
simbolizaba la soberanía de América; con ella San Martín había liberado a Chile y a Perú; después se la había legado a Rosas por su defensa de la Confederación contra las agresiones de Inglaterra y Francia.

El viejo gaucho ordenó entonces que se cambie su testamento, porque había encontrado el digno destinatario del sable corvo de los Andes.

El 17 de febrero de 1869, mientras Francisco Solano López y el heroico pueblo Paraguayo se debatían en las últimas como jaguares decididos que se niegan a la derrota, Rosas testó el destino del "sable de la soberanía":

"Su excelencia el generalísimo, Capitán General don José de San Martín, me honró con la siguiente manda: La espada que me acompañó en toda la guerra de la Independencia será entregada al general Rosas por la firmeza y sabiduría con que ha sostenido los derechos de la Patria. Y yo, Juan Manuel de Rosas, a su
ejemplo, dispongo que mi albacea entregue a su Excelencia el señor Gran Mariscal, presidente de la República paraguaya y generalísimo de sus ejércitos, la espada diplomática y militar que me acompañó durante me fue posible defender esos derechos, por la firmeza y sabiduría con que ha sostenido y sigue sosteniendo los derechos de su Patria".

La figura granítica del Mariscal López

Un hecho que ningún historiador serio puede negar, es que el heroico pueblo paraguayo siguió voluntariamente a Solano López en todas sus batallas y sacrificios hasta las últimas consecuencias.
Aquel pueblo a quien Mitre quería “liberar del tirano López”, lo siguió unánime hasta su fatal destino.

El 16 de octubre de 1869, tras largos años de lucha, trasladando los restos de su diezmado ejercito, hizo hacer un alto en el junto al arroyo Tandey'i. Ordenó que se formara el pequeño ejército cubierto de andrajos, que fielmente le seguía. Se cantó el Himno Nacional y luego habló López, con voz pausada y serena. Recordó las épicas jornadas
vividas y la gloria con que se habían cubierto los soldados paraguayos, y rindiendo homenaje al heroico general Caballero que estaba a su lado, agregó: "Si yo llego a desaparecer, aquí tenéis a mi reemplazante. Y yo os recomiendo en esta hora amarga de mi vida, que le améis, como yo le amo, y que le sigáis confiado, como me seguís...” (O´Leary.
Bernardino Caballero.p.28 – AGM.t.II.p.360)

En su largo peregrinaje hasta su destino final en Cerro Corá, era
seguido por los restos de su ejército y su pueblo que seguían adheridos a su gigantesca figura, hasta inmolarse como cumpliendo un pacto sagrado. El éxodo de todo un pueblo, hombres, mujeres, ancianos y niños, siguiendo los pasos del ejercito nacional, es una de las páginas más sublimes de la historia universal.

Pero la mentalidad liberal no puede o no
quiere comprender o admitir tanto heroísmo en defensa de su patria y de su libertad. Gelly y Obes, general en jefe del ejército argentino, le escribía al ministro de guerra desde Lomas Valentinas: “Una fuerza de caballería
se desprenderá sobre Cerro león con el objeto de capturar a López, lo que talvez no sea posible por tenerse noticia de que trata de salir del pais inmediatamente”.

Esa era la ilusión de Mitre, acaparador de derrotas: le humillaba el valor de López y le carcomían los celos ante esa figura inmensa y legendaria.

Cuando creyó que estaba cerca de la victoria, Mitre le escribe a Gelly y Obes: “Estrechado por los victoriosos ejércitos que lo persiguen, ha de buscar al fin su salvación en la fuga, puesto que no ha tenido ni aún el triste coraje
de buscar entre sus soldados una muerte, si no gloriosa, al menos digna para el que ha sacrificado todo un pueblo a sus desacordadas aspiraciones”.

Nada más absurdo y cínico dicho por alguien como Mitre, que en las letras transformaba sus derrotas en victorias (Pavón), sus huidas en “heroicas retiradas” (Cepeda) y echándolo la culpa al “desierto inconquistable” por su derrota ante un puñado de indios (Sierra Chica).

Pero el Mariscal López no le daría el gusto a Mitre de huir cobardemente como el, y su figura granítica se iba agrandando en proporción a sus contrastes, y en ningún momento pensó en huir, ni cruzo ningún temblor en su rostro imperturbable y sereno.