miércoles, 6 de agosto de 2014

A 69 años del genocidio de Hiroshima y Nagasaki.

Tomar la decisión de lanzar la bomba atómica sobre Hiroshima no fue fácil para muchos estadounidenses. El Presidente Truman dudó en diversas ocasiones. Sin embargo los norteamericanos no se podían permitir otra sangría como la Batalla de Okinawa (Mayo-Julio de 1945) en la cual los Aliados habían sufrido 12.513 muertos, además de pérdidas materiales enormes en barcos y aviación por culpa de los
aviones japoneses suicidas kamikaze.

Y Okinawa no era la única experiencia, antes habían tenido lugar batallas igual de sangientas como Guadalcanal (1942), Tarawa (1943), las Islas Marshall (1944), Islas Marianas (1944), Peleliu
(1944) e Iwo Jima (1945).

Más de 100.000 estadounidenses habían muerto en estas islitas diminutas diseminadas a lo largo de todo el Océano Pacífico. Si una porción de tierra tan
insignificante había causado tales pérdidas humanas, invadir enteramente Japón con sus cuatro grandes islas de Honshu, Kyushu, Shikouku y Hokkaido costaría al menos más de 1 millón de vidas estadounidenses y varios millones de vidas japonesas.

Y eso sin contar los territorios aún
muy grandes del Imperio Japonés en China, Manchuria, Corea, Sajalín, Formosa, Nueva Guinea, Indonesia, Malasia Singapur, Indochina, Islas Bonin, numerosos archipiélagos del Pacífico, etcétera, de donde tenían que ser desalojados.

Otra de las razones del lanzamiento de la bomba fue la cada vez más rivalidad con la Unión Soviética. A pesar de las advertencias de Churchill, Estados Unidos no hizo caso del futuro peligro que podría suponer Stalin y la URSS.

Inesperadamente Washington había permitido al comunismo quedarse países que antes habían pertenecido a los Aliados como Polonia, Checoslovaquia o Yugoslavia, además de cederle otros naciones en Europa Central como Hungría.

Cuando se acabaron las hostilidades en Europa, Truman comprendió el error que se había cometido y quiso enmendarlo cuando Stalin comunicó que
pronto declararía la guerra a Japón para ayudar a sus socios anglo-americanos (aunque realmente el principal motivo era extender el comunismo por los territorios del Imperio Japonés).

Truman que entendió la jugada de Stalin, supo que cuanto antes fuese derrotado Japón, la URSS menos terrenos podría conquistar a costa de los japoneses y menos influencia tendría en el Lejano Oriente. Para acelerar esa caída la única solución
era la bomba.

El 5 de Agosto de 1945, el coronel Paul Tibbets pintó bajo la cabina de su B-29 las palabras de “Enola Gay”, significado en honor al nombre de su madre que causó algunas risas entre la Policía Militar de alta seguridad que custodiaba al aparato.

Por la tarde, a las 16:15, Tibbets y sus
compañeros asistieron a una sala de instrucción secreta, en donde se les mostró el plan de bombardeo que tenían fijado para la mañana del día 6 de Agosto. Simplemente les dijeron que
lanzarían una bomba de un nuevo tipo de alto explosivo sin especificar en más detalles. Sin sentirse preocupados por ello, los tripulantes fueron a ponerse manos a la obra antes de la misión y a tomarse sus últimos descansos.

Justo en aquellos precisos instantes el Presidente Truman cruzaba el Océano Atlántico desde Europa hacia Estados Unidos a bordo del crucero USS Augusta. Dentro del buque iba siendo informado
en todo momento de lo que ocurría en el Pacífico.

A medianoche la tripulación del “Enola Gay” recibió sus últimas instrucciones. Aquel fue el último cielo estrellado para muchas personas, faltaban pocas horas para uno de los días más cruciales en la Historia.

El vuelo del “Enola Gay”

Despertados en las habitaciones, entre la 1:12 y 1:15 horas de la madrugada, varios camiones recogieron a las tripulaciones del “Enola Gay” y de los otros dos B-29 que les acompañarían en el vuelo, eran el “Great Artiste” y el “Número 91″ con la misión de hacer fotografías del lanzamiento para su posterior estudio científico.

Debido a la nubosidad en algunos puntos de Japón, a la 1:37 tres B-29 despegaron para comprobar la climatológia. El “Straigh Flush” se
dirigió a Hiroshima, el “Jabit III” a Kokura y el “Full House” a Nagasaki.

Sobre la 1:51 también despegó el B-29 “Top Secret” con el fin de esperar al “Enola Gay” sobre la Isla de Iwo Jima
por si surgía algún problema.

Mientras el “Enola Gay” estaba recibiendo sus últimos retoques finales y se comprobaba la bomba llamada “Little Boy” en el interior del compartimento, una descarga de flashes sorprendieron a la tripulación.

Decenas de fotógrafos, periodistas y cámaras de cine empezaron a grabar el momento histórico. La tripulación improvisadamente posó y se hizo una foto sonriente sobre la pista con el aparato detrás.

Terminada la ceremonia, los tripulantes
subieron al avión y en ese momento fue captada la última foto antes del viaje, era la de Paul Tibbets asomando la cabeza desde la ventanilla.

Sobre las 2:27 el “Enola Gay” encendió los cuatro motores de hélice.

Lentamente rodó por la pista y a las 2:35 se colocó en posición de despegue. Los motores estuvieron calentando largo rato hasta que a las 2:45 Tibbets expresó “¡Vámonos!”.

El “Enola Gay” de repente se puso a rodar velozmente por la pista. Aquel momento era esencial para las miles de vidas que había en Tinian, ya que si el avión sufría algún accidente en el despegue la isla entera volaría en pedazos.

Como si de un mal presagio se tratase a medida que el “Enola Gay” avanzaba las revoluciones indicaron que no tenía suficiente pista para despegar. El copiloto Lewis al ver que su jefe no subía la palanca se desesperó y puso las manos sobre los mandos, pero entonces Tibbets le gritó y le apartó. Justo en ese instante, Tibbets bruscamente accionó el volante al borde del agua
y el avión tomó el vuelo para ascender hacia el cielo 3.500 metros y perderse en la oscuridad de la noche.

Aquella maniobra de Tibbets salvó muchas vidas en Tinian, pero condenó a otras.

A las 2:47, dos minutos después del “Enola Gay” despegó el “Great Artiste” y a las 2:49 el “Número 91″. Los diez primeros minutos de vuelo el viaje se realizó con una excesiva tranquilidad,
pudiendo encontrarse en formación los tres B-29 sobre la brisa nocturna del Pacífico.

Sobre las 3:00 en punto el capitán Parsons junto al mecánico Duzenbury empezaron a manipular la bomba y activar sus cargas. Jeppson se unió al
trabajo insertando la pólvora. Más a menos a las 3:20 horas la “Little Boy” quedó lista.

Con normalidad el vuelo continuó pasando por encima de las Islas Bonin.

Cerca de las 5:52 el “Enola Gay” sobrevoló la Isla de Iwo Jima, instante en el que junto al “Great Artiste” y al
“Número 91″ adoptó una formación en V, también conocida como “punta de flecha”.

Incómodo a las 6:30, Jeppson de nuevo fue a revisar la bomba para no dejarse ningún cabo suelto. Manipulando el artefacto profesionalmente desatornilló los obturadores verdes e insertó los rojos. De ese modo la bomba
atómica quedó activada, Sin pensar en ello durante ese instante, las manos de Jeppson fueron las últimas que tocaron la “Little Boy”.

Kyushu apareció ante el morro del “Enola Gay” cuando el Sol empezaba a asomar por el horizonte. Por seguridad ante la posible caza enemiga Tibbets ascendió el aparato hasta los 9.000 metros de altura.

Ignorando lo que iba a pasar, las alarmas aéreas en Hiroshima empezaron a sonar a las 7:09 horas cuando el B-29 “Straight Flush” de reconocimiento aéreo al mando del comandante Claude Eatherley sobrevoló la ciudad. La gente
acudió a los refugios al oír el aviso.

Pero el “Straigh Flush” no era peligroso, simplemente siguió volando sobre la ciudad para informar por radio al “Enola Gay” de que el objetivo estaba
despejado con un magnífico Sol y sin nubes con visibilidad de entre 15 y 20 kilómetros.

Tibbets recibió el mensaje con optimismo y comunicó a toda la tripulación que el objetivo era Hiroshima.

Sobre las 7:31 horas la alarma dejó de sonar en Hiroshima y la gente empezó a salir de los refugios.

Aquella mañana en Hiroshima del lunes 6 de Agosto de 1945, se mostraba como un día típico del inicio laboral de la semana.

Las calles estaban repletas de gente caminando hacia el trabajo, en las casas las personas tomban el desayuno con sus familias, el transporte público funcionaba abarrotado a esas horas y las calles estaban llenas de niños marchando hacia la escuela.

Justo a las 8:11 horas, los ciudadanos de
Hiroshima vieron aparecer a lo lejos los tres B-29 en la ciudad. Eran el “Great Artiste” y el “Número 91″ en los flancos, escoltando al “Enola Gay” que avanzaba hacia el centro de la ciudad.

Nadie pareció percatarse de los aviones enemigos.

En aquellos momentos el mariscal Shunroku Hata del II Ejército Imperial estaba orando con su familia en casa.

Mientras tanto el alcalde Awaya, muy cerca del Puente Aioi, desayunaba con su esposa, hijos y su nieta. Fatalmente para la población la alarma aquella vez no sonó porque los vigilantes pensaron que se trataba de otro reconocimiento aéreo.

Con toda claridad los tripulantes del “Enola Gay” vieron la ciudad de Hiroshima bajo sus pies. El objetivo para el lanzamiento era el Puente Aioi sobre el Río Ota.

Tibbets nervioso ordenó a todos los miembros de la tripulación ponerse las gafas protectoras contra rayos ultravioletas. Repentinamente se activó la luz verde por todo el avión que indicó la señal de ataque.

A las 8:15 horas se abrieron las compuertas de carga, quedando colgando mediante los enganches el “Little Boy”. Casi al mismo tiempo los aviones dejaron caer unos calibradores de onda expansiva en paracaídas.

Ahora sólo quedaba lanzar el artefacto, misión asignada al piloto bombardero Ferebee que mediante la mirilla intentó calibrar el disparo lo más certeramente posible. Finalmente, cuando estuvo seguro y el punto de mira fijó el Puente
Aioi, Ferebbe apretó el gatillo y la bomba atómica de 10.000 libras de peso se soltó de sus cables a las 8:15:17.

Velozmente, en cuanto el “Enola Gay” se desprendió de su artefacto, ascendió muy rápidamente. Mientras tanto el “Little Boy” cayó a una velocidad vertiginosa provocando un sonido de corte en el viento.

El “Great Artiste” y el “Número 91″ activaron sus cámaras de video y fotográficas para recoger el momento. Todas las tripulaciones cronometraban nerviosos e invadidos por el miedo el instante en que la bomba hiciese
blanco.

A mitad del recorrido de la “Little Boy”, un diminuto objeto negro que caía en picado empezó a verse desde la ciudad. A 1.500 metros del suelo el interruptor barómetrico del “Little Boy” se
disparó, la presión del aire accionó el detonador contra las cargas de TNT convecionales, al mismo tiempo que la cápsula cónica de uranio 235 golpeó a un barril de explosivo que se fusionó con esta.

La fuerza del impacto hizo que el primer átomo de uranio fuera bombardeado, después el segundo y el tercero, provocándo así una reacción en cadena.

La situación en el interior de la bomba se volvió tan inestable que a las 8:16 horas estalló a 250 metros del suelo comenzando de esta manera la Edad Atómica.

La Bomba Atómica

A las 8:16:43 horas del 6 de Agosto de 1945, a 250 metros del Puente Aioi y sobre la Clínica Shima, una diminuta luz roja y violácea se expandió en milésimas de segundos en una cegadora luz de colores que dejó sin vista a cientos de personas.

Acto seguido se produjo una colosal detonación equivalente a 12.500 toneladas de TNT que rompió los tímpanos de la gente y provocó hemorragias en sus narices.

De la explosión se formó una inmensa esfera de fuego azul de 100 metros de diámetro que alcanzó una temperatura de 300.000 grados. La bola llameante sólamente duró poco menos de un segundo, pero volatilizó a todo ser humano en un kilómetro cuadrado.

Los que estaban lejos y se encontraban junto a una pared o superfície opaca quedaron imprimidos como si fuesen fotogramas.

Extinguida la bola, la temperatura y la
destrucción alcanzó extremos inimaginables. La Clínica Shima del doctor Kaoru Shima en la zona cero se fue abajo quedando desintegrados todos sus ocupantes. El calor generado carbonizó las casas de madera y postes telefónicos y fundió las tejas de las casas.

La explosión alcanzó el Castillo de la Carpa que fue destruido al instante, pereciendo en su interior miles de soldados japoneses y casi todos los prisioneros de guerra estadounidenses calcinados en sus celdas a manos de su propio bando.

En el Centro de Comunicaciones la detonación alcanzó plenamente este lugar que se hallaba repleto de colegialas adolescentes, todas murieron. Dentro de los tranvías las personas sin saber cómo se encontraron chamuscadas por el fuego sentadas en sus asientos.

La casa del alcalde fue absorbida también por la esfera desintegradora, muriendo en el acto Senkechi Awaya con su hijo de 14 años y su nieta de 3 años, más tarde a causa de las heridas fallecerían su esposa y la otra hija.

Tras la bola de fuego una onda expansiva de 800 kilómetros por hora se produjo en el interior de la ciudad y penetró hasta 5 kilómetros echando abajo las casas y derruyendo todos los edificios en las zonas más cercanas al epicentro.

Las únicas construcciones que resistieron fueron las de hormigón, pues las casas de madera salieron despedidas por los aires y las tuberías de agua se rompieron. Con la onda expansiva las personas en sus casas rebotaron de un lado a otro como
pelotas.

Las que estaban en la calle volaron a
decenas de metros del suelo y murieron con el impacto al chocar contra cualquier obstáculo. El Monte Futaba fue sacudido violentamente por la onda expansiva, siendo su jefe al mando, Kakuzo Oya, junto al resto de oficiales lanzados contra las paredes del cuartel.

Asombrosamente Oya sobrevivió, pero centenares de militares japoneses perdieron la vida sin poder hacer nada.

Pedro Arrupe, sacerdote de España, fue el único testigo occidental residente en Hiroshima afectado por la bomba atómica. Por culpa de la onda fue empujado varios metros junto a otro cura, aunque sobrevivió para narrar los hechos.

Menos suerte tuvo el colegio católico que había fundado, ya que fue destruido al instante muriendo todas las niñas que había en su interior, de las más de 200, ninguna sobrevivió.

Mientras tanto en el cielo, los tripulantes del “Enola Gay” creyeron que sufrían fuego antiaéreo, pues la onda expansiva agitó todo el avión. Por un momento pensaron que era su fin,
pero en cuanto cesó la fuerza del impacto al pasar de largo.

George Caron, ametrallador de cola del B-29 fue el único que con las gafas protectoras miró al punto cero en el instante de la explosión, ante su asombro sus palabras fueron: “¡Dios mío ¿Qué hemos hecho?!”. Sin embargo el resto no mostró remordimientos, simplemente se preocuparon en abandonar esos cielos y poner rumbo a Tinian.

Después de que la onda expansiva arrasara la ciudad empezaron a caer gotas negras del tamaño de balitas al evaporarse la bola de fuego con la humedad.

De 11 a 19 kilómetros se produjeron
densas lluvias negras con un grado alto de radiactividad. La gente que se apilaba sedienta junto a los ríos, a veces pasando unos por encima de otros, comenzaron a beber el agua venenosa.

Todavía no había cesado de llover las gotas negras, cuando un fuerte viento apareció de improviso más de 1.500 kilómetros por hora. El potente huracán generado por la presión arrancó árboles de raíz, provocó inmensas olas en los ríos que ahogaron a personas y levantaron los barcos por los aires que aterrizaron en calles de la ciudad. Aquel vendabal atómico destruyó otros 2 kilómetros más de Hiroshima.

A 3 kilómetros del epicentro se hallaba el Aeródromo de Hiroshima. El piloto subteniente Matsuo Yasuzawa fue testigo de como los aviones explotaron en tierra a causa de la onda y los fuertes vientos. Sin embargo, armado de valor, consiguió encontrar un avión más o menos en buenas condiciones, arrancar su motor y despegar con rabia en busca del “Enola Gay”.

Su venganza no fructificó porque tuvo que volver a aterrizar a causa de problemas en el motor y por una nube
recta de humo que se elevaba en medio de la ciudad.

Una columna de polvo y humo de color rojo anaranjado empezó a ascender sobre Hiroshima. Se trataba de una nube radioactiva que hizo la forma de un perfecto hongo hasta alcanzar los 6′
5 kilómetros de altura.

Desde la ciudad de Kure, sobre las 10:00 de la mañana, un oficial de una base pudo ver a lo lejos algo parecido a un hongo humeante procedente de Hiroshima. Aquello hizo saltar las alarmas en todo Japón, pues nadie podía
contactar por la ciudad ni por telégono ni por radio, era como si hubiese desaparecido de la faz del mundo.

Más lejos todavía, en otras partes de
Japón e incluso en China, algunas personas pudieron distinguir un haz de luces y una serie de colores en el cielo que pasaron muy rápidamente como si fuesen auroras boreales.

Cuando el impresionante hongo se quedó inmóvil en el aire, de nuevo el piloto Yasuzawa tomó el avión y sobrevoló en círculos Hiroshima. Fue
entonces cuando Yasuzawa realizó una de las pericias más grandes de la Historia de la Aviación al atravesar con su aparato el hongo atómico de punta a punta.

Luego cambió el rumbo y se dirigió
a la Isla de Kyushu en busca de ayuda.

Durante dos horas la nube del hongo atómico se quedó en el cielo. La situación en lo que quedaba de la ciudad de Hiroshima era un desastre.

La gente caminaba por las calles con los cuerpo negros y quemados como si fueran carbones andantes, las gorras de los soldados japoneses se habían pegado al cuero cabelludo de la cabeza y las mujeres tenían el kimono fundido dentro de la piel.

Por todas partes había muertos y apenas quedaban edificios en pie.

A las pocas horas de marcharse el piloto
Yasuzawa, este regresó desde Kyushu con un avión de transporte, heroicamente lo aterrizó donde pudo y se dedicó a evacuar a los heridos
más graves.

Esa misma mañana llegó también en
avión el capitán Mitsuo Fuchida, uno de los mejores pilotos de Japón y héroe de Pearl Harbor.

Fuchida al aterrizar en la ciudad no daba crédito a lo que veían sus ojos, se puso a vagar y no le quedó mas remedio que organizar entre el ejército y fuerzas de seguridad un plan de ayudas al máximo número de heridos posibles.

Todos los civiles todavía con vida en Hiroshima habían perdido a familia o a seres queridos, pero eso no fue un impedimento para ponerse a ayudar en la ciudad a la gente que lo necesitaba y a sacar heridos de los escombros.

La férrea voluntad de la cultura japonesa soportó el dolor y admirablemente todos juntos supieron encontrar hasta el último superviviente del subsuelo.

Consecuencias

Innumerables fueron las consecuencias de Hiroshima, la más directa es que empazaba en la Historia de la Humanidad la Edad Atómica.

Hasta pasadas 24 horas nadie en Japón se enteró de lo que había sucedio. De hecho la radio sin apenas tener noticias exactas comunicó al resto de la nación:

“Una pequeña formación de B-29
sobrevoló Hiroshima ayer por la mañana, y poco después de las 8:00, lanzaron un pequeño número de bombas. Después de este bombardeo, un
considerable número de edificios quedaron reducidos a cenizas y se desarrollaron incendios en varios barrios de la ciudad…”.

Para saber realmente lo sucedido, Tokyo envió a un general experto en defensa antiaérea, Seizo Arisue, y al físico nuclear Yoshio Nishina. En cuanto ambos llegaron allí comprendieron que se trataba de una bomba atómica.

Nada más saber esto, el Emperador Hirohito comenzó a realizar los primeros movimientos políticos para salir de la guerra cuanto antes, pero la tragedia no terminaría ahí.

El 7 de Agosto de 1945, un día después de la bomba de Hiroshima, la Unión Soviética declaró la guerra a Japón y atacó en Manchuria con una ofensiva llamada “Operación Tormenta de Agosto” que costó al Ejército Imperial Japonés casi 90.000 muertos.

El 9 de Agosto otra bomba atómica cayó
en Nagasaki matando a otras 70.000 personas. En sólamente 78 horas Japón había alcanzado tres desastres humanos.

Irremediablemente el Emperador Hirohito comunicó por radio a la la nación la capitulación el 14 de Agosto de 1945.

Japón en el bombardeo atómico de Hiroshima sufrió la pérdida de 140.379 personas en los mismos momentos de la explosión.

Debido a la radiacción mucha gente falleció a lo largo de los meses, llegando la cifra a ascender hasta más de 180.000 muertos y 39.385 heridos, de ellos 9.428 graves y 29.957 leves.

Arrasada casi completamente resultó la ciudad de Hiroshima. Hubo un total de 70.000 edificios o viviendas destruidas, construcciones de las cuales 20.000 fueron pulverizadas hasta los ciminetos y otras 50.000 derretidas por la onda calorífica. Únicamente un edificio en el epicentro sobrevivió, el cual pasaraía a la Historia como un monumento de la paz llamado Cúpula de la Bomba Atómica.

Hiroshima fue un ejemplo de que en una guerra nadie es el bueno ni el malo, sino el que dispara. Los Aliados acusaron durante años a Alemania y al Japón de ser naciones genocidas por asesinar
experimentando con seres humanos.

Pero el 6 de Agosto de 1945 los Estados Unidos se sumaron a esa lista, aunque en este caso para poner fin al conflicto.

Oficialmente el 2 de Septiembre de 1945 se acabó la Segunda Guerra Mundial. La “Little Boy” sobre Hiroshima fue sin duda quién puso punto final a esta contienda.

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