El hundimiento del transatlántico
alemán Wilhelm Gustloff, 30 de enero de 1945, es todavía la mayor tragedia naval de la historia. El total de sus víctimas fue de 9.343, superando en más de cuatro veces al famoso caso del Titanic.
La causa de su hundimiento fueron tres torpedos disparados por el submarino soviético S-13; pero, pese a darse en el
contexto de la Segunda Guerra Mundial, los militares heridos y civiles que perecieron fueron tantos que el suceso ha quedado marcado por la etiqueta de “crimen de guerra”.
La vida del Wilhelm Gustloff antes de la tragedia.
El Gustloff empezó sus servicios como un crucero de recreación, llevaba turistas por las aguas del Atlántico, del
Mediterráneo y del Mar del Norte. Pero todo esto era antes de que Hitler
desatase la Segunda Guerra Mundial
invadiendo Polonia.
Posteriormente y ya en la antesala de la guerra, el Gustloff recibió un papel totalmente distinto cuando se lo envió a
ayudar a los falangistas de Francisco Franco en medio de la Guerra Civil Española. Allí el Gustloff se encargó de llevar medicinas, armas y municiones a las tropas de Franco, además trajo de regreso a Alemania a la Legión Cóndor .
En septiembre de 1939, justo antes de la invasión a Polonia y como parte de los preparativos para todo lo que vendría,
el Tercer Reich remodeló la fachada del Gustloff (lo pintaron de blanco, le pusieron cruces rojas y una bandera verde en cubierta), le dio el papel
de buque hospital (“Lazaretschiff”) y lo
bautizó como “Lazaretschiff D”.
En mayo de 1940 Hitler ya había iniciado
su campaña militar en Noruega, por lo
cual el Gustloff fue enviado a los soldados heridos en dicha campaña.
Permaneció así hasta el 2 de julio de
1940, fecha en la cual recibió la orden de llevar 563 heridos al puerto de Stettin, lugar en el cual permaneció en reposo durante más de cuatro años, sirviendo en todo ese tiempo como un complejo de barracas destinado a la instrucción de guerra submarina en los cadetes de la base.
Durante ese periodo, el Gustloff fue pintado de gris y equipado con baterías antiaéreas, adquiriendo así la naturaleza de un transporte armado.
El Wilhelm Gustloff acude al rescate
Tras permanecer tanto tiempo quieto en Stettin, el Gustloff tuvo un giro
radical en su vida naval cuando, a comienzos de 1945, el Ejército Rojo (los
soviéticos) penetraba imparable por el Frente Este, haciendo brotar a su paso miles de refugiados.
Y es que el alto mando alemán reaccionó demasiado tarde pues se había mantenido fiel a su determinación de “luchar hasta el final”. No importó
que los planes de evacuación llevasen meses en el tablero de decisiones.
Para finalmente optar por una operación masiva de rescate, el alto mando tuvo que ver todo lo que los soldados soviéticos estaban haciendo mientras se adentraban en el área de
Prusia Oriental: fusilaban continua y arbitrariamente a civiles y a militares
alemanes que ya habían entregado las armas, lo hacían con descaro, regaban las calles de cuerpos sin vida; violaban
de manera sistemática (y consentida por el alto mando) a las mujeres alemanas; y todo, todo eso tenía como ideólogos a miembros del alto mando,
sobre todo a Illia Ehrenburg y su eslogan de “ ¡Muerte a los ocupantes
alemanes! ” , eslogan éste que se materializaba en los atropellos de las tropas soviéticas y en proclamas
de corte revanchista y amoral como esta proclama oficial:
“ ¡Matad! ¡Matad!
No hay inocentes entre los
alemanes…Obedeced las
instrucciones de nuestro
camarada Stalin,
destruyendo para siempre a
la bestia fascista en su
refugio. Mancillad el
orgullo racial de la mujer
alemana. Tomadla como
botín legítimo ” .
Ante todo eso el Gustloff no se podía
quedar quieto, por lo que fue enviado a
participar en la “Operación Aníbal”, una
operación masiva orientada a rescatar
refugiados del área de Prusia Oriental.
De ese modo, en enero de 1945 el almirante Karl Donitz mandó al Gustloff hacia las costas de lo que actualmente es Polonia.
La tarea del Gustloff se presentaría complicada desde el inicio. Más de
60.000 eran los refugiados que habían
llegado al puerto de Gotenhafen para arribar a los barcos de rescate designados dentro de la Operación Aníbal. Todos esos refugiados sabían de
la terrible fama de los soldados soviéticos y no querían ser presas de la
sed de venganza que las hordas rojas guardaban tras tres años de ocupación alemana y el largo suplicio de Stalingrado.
Había angustia, los civiles intentaban con desesperación abordar las naves, creando así un estado de enorme caos y
confusión en que los niños deambulaban
buscando a sus padres, la gente burlaba la guardia y entraba a bordo mientras los oficiales intentaban contar a los
pasajeros y, en medio de todo eso, se escuchaba uno que otro disparo
efectuado como medida desesperada para aminorar el desorden.
Fue en esas condiciones que el Gustloff tuvo que arreglárselas para subir a miles de personas, incluyendo los montones de heridos que acababa de traer un tren hospital y que, por un irónico giro del destino, tendrían que
ser colocados en la cubierta donde tomaban el sol los turistas que el
Gustloff transportaba cuando recién iniciaba su vida naval…Tanta fue la
gente que se embarcó que no había espacio que no estuviese abarrotado; y
claro, los chalecos y los botes salvavidas eran insuficientes, habiendo chalecos para apenas dos tercios (aproximadamente) y una cantidad ínfima de botes salvavidas en relación a
los pasajeros.
Concretamente, las cifras eran las
siguientes: tripulación, 173 hombres; 918 oficiales y marineros; 373 mujeres (de entre 17 y 25 años) del Cuerpo Femenino Auxiliar de la Kriegsmarine; 162 heridos y 8.956 refugiados según las últimas investigaciones; en total, 10.582.
Con esa enorme tripulación el Gustloff tuvo que dejar el puerto de Gotenhafen un 30 de enero de 1945. Fatídicamente, ese mismo día el capitán Alexander Marinesko estaría patrullando las heladas aguas con el submarino soviético S-13…
Alexander Marinesko, el “héroe” genocida
Marinesko, hijo de un marinero rumano y una mujer ucraniana, nació en 1913 en Odessa (actual Ucrania). Influenciado por su padre, ingresó a temprana edad a la Marina Soviética y llegó, con los años, a obtener en 1939 el mando del S-13, un submarino de la
flota del mar Báltico.
Pese a ser militar, Marinesko era un
tipo de “carácter difícil” y costumbres un tanto viciosas, siendo así un verdadero amante del vodka y un gran mujeriego. Fue por eso que, justo en la noche de año nuevo de 1944, Marinesko cerró el año con un gran desliz que le costaría la expulsión del Partido Comunista y la inspiración necesaria para, en busca de una reaceptación por parte de sus superiores, hundir sin vacilar al Gustloff.
Específicamente, se dio el caso de que a
Marinesko no le importó mucho aquella
prohibición del alto mando según la cual,
para evitar el espionaje, estaba prohibido confraternizar con los finlandeses (anteriores aliados de Hitler).
Anárquicamente, cuando la celebración de año nuevo acabó, Alexander Marinesko no regresó al barco y, sabiendo lo hábil que era seduciendo mujeres, se quedó celebrando en la taberna de una finlandesa a la que tenía decidido seducir. Nadie sabe cuánto bebió ese día ni qué tanto estuvo ‹‹celebrando›› con la finlandesa, lo cierto es que desapareció durante tres días en periodo de servicio activo y eso era algo que el alto mando no podía tolerar en quien tenía en sus manos el poder de un submarino.
Fue eso lo que le valió la expulsión del Partido Comunista e incluso, mientras estuvo ausente, se le abrió un proceso en que se le declaró desertor mas, en medio del proceso, Marinesko reapareció y pidió clemencia alegando que había tenido una "aventura amorosa" con una joven sueca.
El alto mando entonces le anuló la
acusación de desertor y, en lugar de
sancionarlo suspendiéndolo del servicio
activo, se limitó a darle una buena amonestación ya que, de haberlo sancionado, el poderoso S-13 se habría
quedado inactivo hasta la llegada de
alguien que pudiese reemplazar al hábil
Marinesko en sus tareas; era lógico: en
tiempos de guerra resultaba más
importante matar alemanes que
disciplinar capitanes…
Pero Marinesko tenía que equilibrar la
balanza de algún modo, por lo cual se le
envío a cazar barcos alemanes en la
Prusia Oriental. Una misión nada fácil, si se tiene en cuenta que los barcos
alemanes, o bien estaban armados, o
bien (de no ser así) era casi seguro que
estuvieran acompañados de barcos
armados, sobre todo si en el telón de
fondo figuraba algo tan importante para Alemania como era la Operación Aníbal.
Último viaje y hundimiento
Era una gris mañana de 1945 aquel 30 de enero en que el Gustloff soltó
amarras y dejó el ajetreado puerto de
Gotenhafen. La temperatura era de 10° C bajo cero, la nieve caía sobre la superficie congelada del barco y los fuertes vientos soplaban
sobre el Gustloff, zarandeando su pequeña bandera y silbando entre
las ametralladoras antiaéreas de la cubierta, única protección aparente
de aquel gran trasatlántico, ya que finas capas de hielo habrían podido inutilizar las baterías antiaéreas en
caso de que aviones enemigos irrumpiesen en el congestionado cielo que cubría al Gustloff.
Al mando del barco se encontraban dos
capitanes; Friedrich Petersen, capitán civil de la Marina Mercante; y Wilhelm Zahn, capitán militar que había recibido tal asignación debido a que, si bien el Gustloff era un transporte de civiles, también era un transporte militar
perteneciente a la Unterseeboots-
Lehrdivision.
En aquellos momentos, la única compañía del Gustloff era el torpedero
Löwe y el cazatorpedero TF-1, con destino a Flensburg el primero y a
Kiel el segundo. Todo parecía pronosticar un horizonte problemático,
principalmente por una mina que explotó (sin causar daños) apenas el
Gustloff hubo dejado puerto…Y para empeorar aún más las cosas, ya en
alta mar el TF-1 tuvo una fuga de agua y regresó a puerto, dejando al
Gustloff con la insignificante protección del Löwe.
En alta mar, y ya caída la noche, la
situación se había vuelto realmente
angustiante: había gente mareada y débil por todas partes pues muchos de ellos llevaban varios días sin comer
prácticamente nada; el Gustloff llevaba
horas aislado, sólo le llegaban mensajes
de radio entrecortados a causa de las
perturbaciones atmosféricas, siendo por eso que nunca llegó el aviso sobre
submarinos soviéticos en la zona; el Löwe tampoco había recibido señales de alarma por las mismas razones que el Gustloff y, sumado a lo anterior, su aparato de localización submarina quedó inutilizado por congelación, no pudiendo así detectar la presencia de submarinos enemigos ni recibir alarmas por parte del Gustloff puesto que los sistemas de comunicación del trasatlántico también estaban
fallando a causa del hielo…
En suma, el Gustloff no era más que un enorme e indefenso barco que, precedido por un pequeño e inútil torpedero, viajaba por alta mar a merced de los predadores náuticos de la U.R.S.S. Bien lo dijo el capitán Wilhelm Zahn: “Un perro protege a un gigante en la noche”
Pese a las dificultades para emitir y recibir comunicaciones, en un
momento dado la radio funcionó y llegó el mensaje de que “ una unidad de
dragaminas formada por varios buques navega en la misma dirección que el
Gustloff con rumbo sur- sureste a doce nudos en formación abierta ”.
Entonces surgió la discusión entre los dos capitanes en torno al dilema de si
encender o no las luces.
Zahn, el capitán militar, decía que no debían encenderse las luces pues
podrían ser vistos por un submarino y los torpedos representaban un peligro
mayor que la colisión con un barco; no obstante, finalmente triunfó la opinión
de Petersen (el capitán civil) y las luces de posición se encendieron. Ese fue el error definitivo.
Era justo lo que necesitaba el capitán
Alexander Marinesko para que su submarino pudiese enviar miles de vidas al fondo del mar. En efecto, el
hundimiento del Gustloff estaba por venir y sería uno de los mejores ejemplos de aquellas ironías de la
historia.
Lo irónico estaba en que el S-13 era un
submarino alemán que fue construido en vigencia del Tratado de Versalles, el cual prohibía a Alemania tener una flota submarina, por ese motivo el S-13 fue vendido a la Unión Soviética para su uso en la Flota Soviética del Báltico; aunque, eso sí, teniendo como una de las cláusulas del contrato el que el S-13 “nunca y bajo ningún concepto ni
circunstancia” podría atacar a un barco alemán…
Pero el contrato no se cumplió. El
Gustloff navegaba entre la bahía de
Danzig y la isla danesa Bornholm; y, a las 21:08, en el puente del submarino S-13, el oficial de guardia vio las luces del Gustloff y llamó al segundo de a bordo, quien al igual que el oficial de guardia tuvo dudas y creyó que lo más probable es que aquellas luces difusas pertenecieran a un faro.
Llamaron entonces al capitán Marinesko para que decidiera sobre tan importante avistamiento. Marinesko subió a la torreta, vio las luces y no tuvo dudas sobre la fuente de las luces: un barco, el barco es un transporte y el
transporte debe ser destruido.
Seguidamente se inició la persecución con el submarino moviéndose en la
superficie , entre la costa y el Gustloff,
ya que el capitán del S-13 pensó que los
vigías no esperan recibir un ataque por
ese flanco.
Aproximadamente a las 21:15 en el Gustloff muchos de los pasajeros dormían sin saber que, a unos 500
metros, el capitán Marinesko estaba dando la orden de disparar cuatro torpedos, que tardaron unos 25 segundos en alcanzar su blanco.
Se disparan uno por uno, tres de ellos (con nombre cada uno) impactaron y, en poco más de un minuto, el Gustloff recibió tres golpes letales: el primero por la “Madre Patria”, en la proa
y debajo de la línea de flotación; el segundo a nombre de “Stalin”, en la
sección media a la altura de la piscina, donde estaban casi todas las jóvenes
auxiliares de marina; y el tercero, llamado “Pueblo Soviético”, justo en la
mitad y por delante de la sala de máquinas.
El buque se ladeó a un costado,
luego se enderezó y finalmente, en cuestión de un minuto, el Gustloff empezó a ladearse de forma definitiva y con ello a hundirse...
En la cubierta del barco la gente grita y se mueve desesperada sobre la
cubierta resbaladiza e inclinada. La orden de “ mujeres y niños primero ”
es reemplazada por un “ sálvese quien pueda ” y, ante la insuficiencia de
chalecos y botes, el caos reina y la gente se arremolina.
Hay actos de heroísmo y actos de ruin
egoísmo: hombres que saltan al agua para dejar que los niños suban a los
botes y hombres que empujan ancianos para salvar su propia vida.
Miles se lanzan a las gélidas aguas y otros simplemente caen a consecuencia del tumulto o la inclinación del barco.
En los compartimentos más bajos muchos han muerto ahogados y otros
sucumben encerrados por pesadas compuertas que han sido cerradas para
ralentizar el hundimiento.
El pánico es total y algunos hombres les
disparan a sus familias para ahorrarles
sufrimiento, suicidándose luego ellos mismos.
En la cabina de mando todo parece perdido pues es imposible comunicar la
situación del barco. Sólo el pequeño torpedero Löwe puede hacer algo para
disminuir la mortandad.
En efecto, el Löwe logra comunicar la situación con rapidez y, aunque en
pocos minutos el castillo de proa del Gustloff ha sido tragado por las
aguas, muchas vidas logran salvarse.
Pasados unos 45 minutos desde el primer impacto y a eso de las 22:18 de la noche, el Gustloff es engullido por el mar junto a miles de personas, dando un total de 9.343 entre los que murieron por las
explosiones y los que murieron cuando el barco terminó de hundirse.
Afortunadamente el Löwe y otros barcos terminan haciendo una gran tarea de rescate: 564 personas fueron salvadas por el torpedero T-36, 472 por el Löwe, 98 por el dragaminas M387, 43 por el dragaminas M375, 37 por el dragaminas M341, 28 por el Gottingen, 7 por el Torpedofangboot TF19, 2 por el carguero Gotland; y, por el Vorpostenboot 1703, un bebe de apenas un año, caso sorprendente si consideramos cuán heladas estaban las aguas al punto de que muchos adultos murieron de hipotermia en pocos minutos…
En cuanto Karl Hoffman —él fue el testigo que relató muchas de las cosas que se saben sobre el hundimiento del
Gustloff—, fue rescatado por el torpedero T-36, donde se le dio té caliente para mitigar su hipotermia y
masajes para relajarlo.
Por su parte, el S-13 se sumergió y escapó tras lanzar los tres torpedos,
ya que por suerte el capitán Marinesko nunca se enteró de que el sistema de rastreo de submarinos del Löwe
estaba fallando por el frío y, debido a eso, dio la orden de retirada para
prevenir un posible ataque del Löwe.
La escena queda así libre del S-13, aunque el submarino siguió acechando por la zona y, entre el 9 y 10 de febrero, hundió al General Stuben y agregó con ello unos 4.500 muertos a los más de 9.000 que el Gustloff había dejado al pisoteado pueblo alemán.
Alexander Marinesko tras la tragedia: el capitán que se ‹‹hundió›› después de hundir al Wilhelm Gustloff
Para honor de la justicia a Marinesko no le fue tan bien cuando regresó a su patria; pues, pese a haber sido propuesto como Héroe de la Unión
Soviética por sus grandes “hazañas” en
alta mar, el alto mando le negó la condecoración porque:
1) No estaba claro si fue el S-13 el que
lo hundió o si, tras torpedearlo, la propia Fuerza Aérea Alemana lo bombardeó.
2) Se consideró que tenía un perfil
inadecuado para ser nombrado “héroe”
ya que era conflictivo, indisciplinado y
alcohólico.
Consecuentemente en septiembre de 1945 se le quitó la comandancia del S-13, se lo rebajó a un rango inferior al de capitán y se le dieron tareas nada gloriosas, alejadas del mar y los combates.
En Noviembre lo expulsaron de la Marina; y en 1949, tras encontrar bienes indebidamente adquiridos en su
apartamento, lo sentenciaron a dos años en el campo de concentración (y
reclusión) de Kolyma.
Los años siguientes se terminó de arruinar económicamente y en 1963 murió en Stalingrado a causa de una úlcera.
Sólo después de muerto, bajo el gobierno de Gorbachov, se le haría una estatua y se le otorgaría en 1990 el título y la medalla de Héroe de la Unión Soviética .
Pero el hundimiento del Gustloff (razón
principal de su condecoración póstuma)
ha pasado a la historia como un “crimen
de guerra” porque en él no sólo se asesinó a civiles y militares heridos sino
que además se incumplió un acuerdo
según el cual el S-13 no debía jamás
abrir fuego contra un barco alemán.
Debido a eso, se puede decir que la
“heroica hazaña” fue en verdad un
crimen de guerra.
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